No puedo evitar recordar, con cierta nostalgia, los tiempos en que el incipiente movimiento ecologista supuso una corriente de aire fresco y un motivo de entusiasmo y reflexión en las mentes de muchos. Al grito de "Nuclear, no gracias" recorrimos las calles portando pancartas e ilusionados con un futuro de esperanza para las generaciones venideras.
Y algo aún debe perdurar de aquel espíritu libertario y conservacionista, pero ha quedado sepultado bajo montones de capas de falso ecologismo institucional. Este ecologismo al que facilmente se suman desde dudosos intereses de gobiernos mundiales, enfrentandose a un supuesto cambio climático, hasta las campañas mercantilistas de grandes supermercados que nos pasan a cobrar las bolsas de plástico y encima aguantando que nos digan que es por nuestro bien.
Lo incuestionable es que a los ciudadanos nos pretenden tomar por idiotas y nos llevan por donde quieren, es decir por donde más les conviene. Y ante sus ansiados beneficios económicos el dogma ecológico del que tanto presumen se lo pasan por ahí.
Sólo es necesario pasear y observar las tiendas y las nuevas tendencias consumistas. Angustiados por la escasez energética, al menos eso nos transmiten, resulta que en los comercios ya prácticamente han desaparecido las cocinas de gas, sustituidas por unas flamantes vitrocerámicas de elevado consumo eléctrico. Si nos pasamos por la sección baños resulta que lo más en duchas son las cascadas de agua, una cortina que cae sobre nosotros y en la que el ahorro de un bien preciado como éste no parece la principal prioridad.
Y así suma y sigue, ¿cuáles son los vehículos de moda actualmente? Falsos todoterrenos, coches voluminosos y pesados que, en época de crisis, destacan entre
otras cosas por sus elevados consumos de combustible y emisiones
contaminantes, frente a utilitarios más pequeños pero que,
lamentablemente, no dan el plus de poder y distinción que se busca en un
Audi Q7 o un BMW X5.
Hasta un acto tan cotidiano y sencillo como prepararse un café se ha convertido, no por arte de magia sino por lobbys alimentarios como Nestlé,
en una capsulita monodosis que, acumulando la cantidad de cafés
mensuales que solemos gastar, nos elevaría una montaña considerable de
desechos que viajan ya camino de algún vertedero.
O
las compañías telefónicas que nos animan a renovar nuestro teléfono
móvil cada 18 meses, y que acabamos amontonando en un cajón sin ningún uso ni aprovechamiento.
Aunque después de todo que más da... el ecologismo gubernamental, el de los despachos, nos regala una bombillita de bajo consumo y volvemos a ser los más superecologistas del mundo mundial.