lunes, 26 de junio de 2017

El Dia Despues

A escasas semanas del improbable e imprevisible referéndum secesionista del 1-O, el panorama político catalán no ha variado sustancialmente. Si como parece, los partidos que defienden continuar dentro de España no movilizan a su electorado, esta nueva consulta ilegal se parecerá mucho a aquel día histórico del 9N, del que parece ya nadie se acuerda, habituados como estamos a que el procés nos brinde un par de jornadas históricas mensuales desde hace unos 5 años.

Y paradójicamente esto es lo que mas preocupa al entorno indepe, una escasa participación de sus contrarios, que acabaría por restar legitimidad a la posterior declaración unilateral de independencia (DUI). Una falta de movilización que precisamente, a mi entender, ha ayudado mucho a extender la idea de un independentismo mayoritario y hegemónico. Si el sector unionista se hubiese mostrado algo más beligerante desde el inicio, en lugar de rehuir incluso la mas mínima confrontación dialéctica con vecinos y compañeros desde la barra de un bar, seguramente no se habría llegado a este inevitable punto actual de no retorno.

Para situarnos en el contexto, habría que precisar cómo fueron los resultados de aquel polémico 9N: Se produjo un 35% de participación, con un apabullante voto mayoritario por el SI, pero que concretando en apoyo real significó que tan solo 1 de cada 3 catalanes se había declarado partidario del nuevo estado. Un insuficiente apoyo ciudadano para un cambio tan trascendental en la vida de un país. Es precisamente por eso que siempre se ha apostado por no marcar mínimos participativos para dar validez a la hipotética consulta. Así se habla de que, sea cual sea el porcentaje de participación, con tan solo un voto más a favor del SI se pondría en marcha el proceso de desconexión que desembocaría en una Catalunya separada de España.

Desde el ámbito más radicalizado del procés, la CUP, no se muestran reparos en diseñar estrategias sobre el terreno para el día después: lanzar a sus huestes a ocupar las calles, mientras se lleva a cabo el plan para intervenir transportes y comunicaciones, y demás sectores estratégicos, y se neutraliza cualquier oposición, a semejanza de un golpe de estado en una república bananera cualquiera.

Claro que dicha estrategia da por sentada la pasividad de ese amplio sector de la sociedad catalana que no se ha mostrado nunca partidario de la ruptura. ¿Pero que pasaría si, llegados a ese escenario de hechos consumados, el catalán del extrarradio, el antiguo inmigrante del Baix Llobregat o de Nou Barris, el charnego, o simplemente el inadaptado, el librepensador, o el rebelde al ideario patriótico nacional decide que ha llegado el momento de plantar cara antes de que sea demasiado tarde?

Pues que, como vengo manteniendo desde siempre, la pacífica y familiar "revolució dels somriures" (leer con todo el sentido sarcástico posible) se transformaría en lo que realmente es, una guerra civil declarada entre dos sectores de la sociedad catalana enfrentados, espoleados desde la cúspide de un poder político corrupto y megalómano para su único y exclusivo beneficio propio.