miércoles, 17 de abril de 2013

De cuando Sant Jordi cayó derrotado...

  
Cuenta la leyenda, que allá en el origen de los tiempos un malvado dragón tenía atemorizados a los habitantes del reino. Para calmar la furia de aquella bestia le era cada día entregado un ciudadano para que fuese devorado, hasta que le tocó a la hija del rey. En el momento en que íba a ser engullida por el animal acudió un valeroso guerrero, montado sobre un hermoso caballo blanco, que mató al instante al dragón clavandole su lanza en el pecho. De la sangre que manaba, dicen, nació un rosal, y el caballero obsequió con una de aquellas rosas a la preciosa dama...

El 23 de abril es una de las festividades más bonitas y alegres de mi tierra, Catalunya. Un día en que se mezcla cultura y tradición. En que las calles de pueblos y ciudades se llenan del color de las portadas de infinidad de libros expuestos, y el frescor y el perfume de millones de rosas engalanan las calles y rincones de cualquier lugar. Un día de primavera, paseos al sol, y enamorados que se regalan rosas y libros. Una jornada que nos hace sentir orgullosos a todos los catalanes.

En definitiva, una fecha que bien merecería ser considerada como la fiesta nacional de mi país, pero que décadas atrás fue arrinconada a un segundo plano para potenciar otra fecha y otros valores.



A comienzos de la década de los 80, restablecida la democracia y recuperadas instituciones perdidas, se comenzó a configurar nuestro futuro inmediato. Se escogieron símbolos y se sentaron las bases de lo que sería nuestro país.


Pero sorprendentemente las autoridades que ocupaban el Palau de la Generalitat por entonces no eligieron Sant Jordi como el día grande a celebrar, sino que se prefirió buscar en los anales de la historia un momento fatídico, sangriento y humillante de nuestra historia. El 11 de septiembre de 1714, tras una cruenta guerra y un asedio a la ciudad de Barcelona, las tropas de Felipe V tomaban la ciudad y todas las instituciones propias eran abolidas. Fue la Guerra de Sucesión (que no de secesión como algunos deliberadamente suelen confundir), y Catalunya tuvo la mala fortuna de alinearse con el bando que resultó perdedor. Y no es que el borbón tuviese un odio premeditado y ancestral contra los catalanes (como a menudo parece insinuarse desde círculos soberanistas) sino que infringió un desproporcionado castigo a una región que se le había enfrentado, mientras otras que tuvo a su favor, como Navarra, siguieron disfrutando de sus antiguos fueros y prebendas históricas.

Creo que no existe en el mundo otro lugar en el que se celebre por todo lo alto una triste derrota. Pero aquí se escogió esa fecha a propósito. En lugar del colorido y la alegría del 23 de abril, se optó por encumbrar como símbolo nacional el dolor, la guerra, el resentimiento y el odio. Un odio y un victimismo que serían piezas fundamentales para el largo recorrido hacia la división que ya hace 30 años algunos eligieron para nuestro futuro, para hoy mismo.


Y llegado este día, estas cosas va bien recordarlas, tenerlas presentes todos, incluidas jovencitas videoblogeras andaluzas, para colocar cada cosa y a cada uno en el lugar que le corresponde. Y para tener muy claro que al final, por culpa de las tendenciosas doctrinas políticas de ciertos personajes, el valeroso caballero Sant Jordi fue en realidad derrotado, no por el malvado dragón, sino por Rafael de Casanovas.

viernes, 12 de abril de 2013

La Tormenta Perfecta


Si hay algo que parece evidente a estas alturas es que el nacionalismo independentista catalán, al menos, tiene ganada la batalla dialéctica al resto de la opinión pública. Han sido muy hábiles, durante décadas enteras, en manejar los términos, las palabras y los discursos para ponerse la razón, su razón, de su parte.


Un ejemplo lo tenemos cada vez que se ha intentado dar más protagonismo al castellano en la educación. Inmediatamente la reacción ha sido desorbitada, argumentando que "se pretende eliminar el catalán en la enseñanza" o "supone retroceder al modelo de escuela franquista". El propio sentido común, incluso el de ellos, sabe de sobras que esto no es así, pero la estrategia les funciona, ya que gracias a esa distorsión grotesca del contrario, consiguen presentar sus postulados como moderados, amb seny, cuando en realidad esconden la radicalidad ideológica de postergar a la lengua castellana al nivel de lengua extranjera en las aulas, reduciendola a 2 o 3 horas lectivas semanales.



Igualmente efectivo resulta la invención de un supuesto nacionalismo español. El catalanismo radical parte de la base de que quien no lo apoya se convierte automaticamente en defensor de otro nacionalismo de signo contrario. 

En la realidad política y social del país resulta inverosímil tildar a un estado tan extremadamente descentralizado y comprometido con las diferentes culturas y lenguas autóctonas como nacionalista. 

Seguramente cualquier ciudadano de Francia o Estados Unidos, verdaderos estados nacionalistas, quedaría perplejo con esta etiqueta hacia el actual estado español. Es más, en EEUU cualquier desplante o burla a su himno o bandera nacional acabaría con el implicado poco menos que internado en la base militar de Guantánamo, acusado de alta traición a la patria. Mientras el supuesto nacionalismo español es tan tremendamente ridículo que ni siquiera se atreve a exigir la presencia de su bandera en las fachadas de los diversos edificios oficiales.


Este crecimiento del independentismo ha intentado ser contrarrestado por una derecha de forma torpe y equivocada, y por una izquierda cuya estrategia ha consistido en continuos guiños y complicidades con el secesionismo (Tripartit), pero al que en realidad nunca ha tomado en serio (recordemos las risas con el mítico "España se rompe" de la pasada década cuando hoy por hoy parece un horizonte creíble), ayudando por acción u omisión en el progresivo auge del independentismo, y que a estas alturas ha provocado que buena parte del socialismo quede completamente fuera de juego y perdido sin un discurso ni estrategia sólida de futuro. Arruinando de paso cualquier esfuerzo de oposición dentro de la propia Catalunya por parte de quienes sí han venido criticando históricamente la peligrosa deriva que íban tomando los acontecimientos. La puntilla la acaba dando el aparato mediático nacionalista que se ha encargado de criminalizar, estigmatizar y, en el mejor de los casos, ignorar cualquier tipo de oposición a sus planes. La prueba evidente la tenemos en el tratamiento hacia C's después de triplicar el numero de escaños en las pasadas elecciones, y cuya presencia en los medios continua siendo la misma: cero.