domingo, 29 de julio de 2012

Post-Síndromes

Es domingo. 8:45 de la mañana. Abro los ojos porque me despierta el reggaeton de algún vecino a un volumen considerable. Después de tomar mi reconfortante café con leche y de pasar por la ducha salgo a la calle. 

Anoche al llegar no me dí cuenta, pero ahora a la luz del día observo un cristal destrozado de la entrada del parking. Mientras, puedo volver a corroborar que todo lo susceptible de grafitearse lo está: papeleras, persianas, contenedores, paredes... y me encamino a buscar el pan con la cabeza agachada y la mirada hacia el suelo, por lo que pueda pisar.

Se me hace duro constatar que mis vacaciones acabaron ayer y vuelvo a la cruda realidad. Que ya no estoy en Alsacia (F), ni en la Selva Negra (D). Que vuelvo a estar en un mundo, en un pais, en el que al entrar en la tienda a comprar no me saludan con una amplia sonrisa y un musical bonjour. Aunque la dependienta, como yo, como cualquiera, pueda tener un dia malo o estar agobiada por montones de problemas. Vuelvo a un mundo rodeado de suciedad y de ruidos, de vegetación calcinada, de corrupción sin castigo y de especulación en todos los ámbitos cotidianos.


La realidad acaba así golpeandome en la cara y haciendome ver lo que es. Que estoy más cerca, por cultura, por idiosincrasia, de cualquier señor de Murcia que de Stuttgart, por mucho que me coloquen una estrella de tela para intentar convencerme de lo contrario.

Y no, no sufro ningun síndrome post-vacacional. Se trataría más bien de un síndrome post-civismo, post-educación, post-naturaleza respetada, post-las cosas bien hechas, y post-me gustaría quedarme a vivir aqui.



No se trata de eso. Dentro de un par de días vuelvo a mi faena, con ganas y con entusiasmo, pues me gusta mi trabajo. Aunque en algún recóndito rincón dentro de mí pueda intuir que quizá sería más feliz a los mandos de un flamante tranvía recorriendo las calles de Strasbourg o de Freiburg im Breisgau.